sábado, 9 de noviembre de 2013

Roma, città aperta (Roberto Rossellini)


Septiembre de 1943, plena Segunda Guerra Mundial. Roma, antes controlada por las tropas de Mussolini, era declarada “ciudad abierta” tras el derrocamiento del líder fascista. En el mismo mes, el ejército nazi ocupaba la ciudad, comenzando un período de opresión y dolor en la historia de la ciudad eterna que finalizaría el 4 de abril de 1944, con la liberación de la ciudad por parte de las fuerzas aliadas. Son estos siete meses de sufrimiento el marco en el que encuadramos las historias que nos cuenta Roma, città aperta: un líder de la Resistencia perseguido por la Gestapo (Marcelo Pagliero), un sacerdote que colabora con los resistentes movido por su caridad cristiana (Aldo Fabrizi), una mujer valiente que no teme dar la cara por su futuro esposo (Anna Magniani), un oficial nazi que cree poder controlar la ciudad de Roma desde una oficina mediante mapas y fotos (Harry Feist). Nos encontramos frente a una de las obras cumbre del director italiano Roberto Rosselini, precursor de un estilo que él mismo inauguró casi por casualidad: el neorrealismo.





Con Roma ciudad abierta, Roberto Rossellini se luce con una gran obra maestra, dirigida con gran realismo y crudeza, en la que los efectos son conseguidos para la época y los movimientos de cámara magníficos.

La fotografía, vestuarios y decorados evocan perfectamente a la Italia de la segunda guerra mundial, la música marca los momentos de acción y la narrativa es sin lugar a dudas hipnotizadora al igual que el argumento que te mantiene pegado al asiento de principio a fin.

El ritmo es apropiado y las actuaciones sin lugar a dudas inmejorables, en especial la de Aldo Fabrizi que hace un papel inolvidable y lleno de dramatismo, por lo que sin lugar a dudas es una cinta que no se deben perder los amantes del cine clásico y realista, así como los amantes del buen cine en general.
Una película emocionante, que sorteando maniqueísmos y patrioterismo, sin manipular, nos acerca la imagen de la lucha y la esperanza. Si el arte debe emocionar, si no es esclavo del dinero, estamos ante arte con mayúsculas.


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